Cuando el 29 de abril de 2003 la desidia estatal hizo que el Salado entre a su casa, a pesar de que el agua estaba a la altura de su pecho, Ana Castro ingresó a buscar esos álbumes que hasta el día de hoy conserva, imágenes rasgadas por el agua. Algunas de las fotos salvadas fueron fusionadas con instantáneas de la última marcha del 29 de abril. La expresión, el arte, es la oportunidad para integrar aquello que dentro está fragmentado.

Llueve.

Llueve por estos días.

Llueve afuera y llueve adentro, porque hoy es ayer.

Hace diecisiete años el río Salado me envolvía inundando cada rincón de
mi casa familiar, el barrio, la vida y sus recuerdos.

Porque cuando llueve el río siempre vuelve dando lengüetazos; ese río
que se hizo gigante en la cocina, la pieza, el patio y la cuadra.

Vuelve porque pega fuerte en la memoria.

Vuelve cuando revivo contándoles a mis hijos cómo entramos casi tapados
de agua con mis hermanos a una casa que desaparecía poco a poco entre agua
oscura y podrida; vuelve cuando recuerdo cómo rescaté mis únicas fotos de la
infancia casi a ciegas entre libros, ropa y muebles que flotaban; vuelve cuando
pienso en cómo se secaron al sol los álbumes familiares llenos de historias.

Esos recuerdos me acompañan, me recorren.

Cuando llueve siempre late en mí el silencio del Salado; porque entrar
en aquel río fue como entrar a un gran vacío.

Por aquellos días llovía, llovía sin parar, llovía incesantemente
adentro y afuera; llovía en la noche, en los techos, en el olor a mate cocido
en las calles, en las caritas de los pibxs, en la ropa mojada secándose al sol.

Todo se había transformado en la imagen del desamparo más profundo.

Pasaron los días, los meses, los años; pero cuando llueve el corazón desata lágrimas y la memoria no descansa.