«Hasta cuándo esperamos declarar nuestra independencia. ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula, acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos? ¿Qué nos falta más que decirlo?

Por otra parte, ¿Qué relaciones podremos emprender, cuando estamos a pupilo? (…) Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas.» José de San Martín. Carta al diputado por Cuyo Godoy Cruz; en Ricardo Levene. El genio político de San Martín, Buenos Aires, Depalma, 1950.

En 1816 era fundamental declararnos libres. De no hacerlo San Martín no podría cruzar los Andes. ¿Cómo enfrentar a un Rey del que aún nos considerábamos siervos? 

Aunque hoy nos resulte lógico y esperable en aquél momento firmar el acta de independencia era peligroso para los congresales, algo así como firmar la propia sentencia a muerte.

Han transcurrido 205 años desde que algunos hijos de esta tierra cimentaron nuestra nacionalidad, decretando la existencia argentina en Tucumán. Desde entonces, entre senderos agrietados por fratricidas luchas estériles, un programa de aspiraciones generosas se hizo espacio.

Hoy, 9 de julio, desde sindicato de Trabajadores Judiciales los invitamos a pensar en la épica que se abrió espacio. Un puñado de valientes escribió con tinta lo que generaciones enteras defenderían con sangre. Aquél glorioso 9 de julio de 1816, desde las entrañas del histórico hogar tucumano, una nueva nación brotó sobre la faz de la tierra. Una nación que con el tiempo sería conocida como querida República Argentina.